No lo decimos nosotros sino un socialista, Joaquín Leguina. Alguien poco sospechoso, pero que no tiene anteojeras ideológicas, ni prejuicios partidistas y, sobre todo, que sabe de lo que habla: es demógrafo. En la fiesta del Niño, el Niño por antonomasia, las cunas están en vacías y los asilos llenos.
Hace tiempo que a la Natividad en España se le ha caído la sílaba “ti” y sin “ti”, la cosa queda en “Ná», con turrón y cava pero en “ná”. Porque lo que celebramos desde hace dos milenios es un nacimiento, el Nacimiento, es decir un sí a la vida, del mismo modo que nueve meses antes celebramos una concepción, la Concepción. Todo lo cual se da de tortas con el aborto, los anticonceptivos, y la cultura de la muerte.
Y esto lo ve cualquiera, menos la clase miope… perdón la clase política. Hasta que dejan el escaño y entonces recuperan milagrosamente la vista. Fíjense lo que dice Joaquín Leguina, ex presidente de la Comunidad de Madrid:
“Yo soy demógrafo, y las actuales tasas de natalidad, sobre todo en España, son alarmantes: estamos muy por debajo del índice de reposición generacional.
Las encuestas –sigue diciendo Leguina- demuestran que las mujeres no pueden tener los hijos que quieren tener, pero nosotros le hacemos el juego a los que critican las políticas familiares, y sólo sabemos hablar del aborto.
Mire, esto no es una cuestión religiosa, de tener los hijos que Dios quiera, sino, al menos, de ayudar a las mujeres a tener los hijos que quieren tener. Por reírle las gracias a la extrema izquierda, nos vamos a cargar el Estado del bienestar, que es el gran invento de la Europa contemporánea, y que nació de un gran acuerdo entre los socialdemócratas y los democristianos»
España tiene una de las tasas de fecundidad más baja del planeta (1’27 hijos por mujer), y eso es malo; y la esperanza de vida más alta de la Unión Europea (82’5 años), y eso es bueno. Es bueno porque mientras hay vida hay esperanza. Pero la combinación de eso tan malo y eso tan bueno es fatal. Porque convierte a España en un asilo: cada vez habrá menos jóvenes y más viejos, y una masa menor de contribuyentes deberá sostener a un número mayor de jubilados.
Envejecimiento de una nación y decadencia van unidos, del mismo modo que la prosperidad de un pueblo tiene mucho que ver con su potencial demográfico. Pero los gobiernos no tienen visión porque su horizonte se agota en el cortoplazo (una legislatura, cuatro años, y… après moi le déluge) y no son capaces de ver la fecundidad (también material) que aporta la familia. Incluidos los del PP, que incumpliendo su promesa electoral (y van…) aún no han concretado presupuestariamente el mil veces anunciado y nunca aterrizado Plan Integral de la Familia.
Las familias tienen derecho a ese reconocimiento social porque sin familia no hay Estado, ni bienestar, ni civilización, ni futuro. Sin savia joven el invento se nos viene abajo.
Sin embargo, formar familias, tener hijos no es cuestión de deducciones fiscales o descuentos en el autobús, sino de algo más profundo. Es cuestión de valores. De creer en la concepción, en el nacimiento, en la vida. De creer en una utopía, que a diferencia de las revolucionarias, es la única utopía con los pies sobre el suelo, concreta, cálida, humana. En realidad, la única u-topía que tiene lugar en el espacio… aunque sea compartido y plagado de literas.