La diferencia entre las crisis económicas y las de pareja es que las primeras empobrecen y las matrimoniales pueden enriquecer a quienes las superan. Pero, hoy en día, muchas parejas prefieren echarlo todo a rodar y cortar la relación en lugar de crecer, gracias a la crisis.
1.- No trates de sortearlas. Porque las crisis son inevitables. Forman parte de la vida. La adolescencia es una crisis, el primer trabajo, la boda de tus hijos. Y son siempre desconcertantes: al niño de 13 años le desconcierta oír una voz que no es la suya de siempre. Y la niñita querría suicidarse porque el chico no le corresponde o porque a ella le ha salido acné. Consejo: No suicidarse.
2.- No las odies. Las crisis no son tragedias, sino oportunidades. Tienen aristas y hacen daño, sí, pero pueden servir para crecer. La teenager no debe odiar sus cambios hormonales porque si tiene un poquito de paciencia, verá como el patito feo se transforma en cisne. Lo mismo pasa en el matrimonio: suele haber una crisis al volver de viaje de novios, otra al año de casarse, otra al nacer el primer niño, otra en la meno (o la pito) pausia… pero todas ellas sirven para crecer no para menguar. Consejo: No desesperarse sino esperar.
3.- Que no cunda el pánico. Las matrimoniales se parecen a las crisis económicas en que son cíclicas (los ciclos de la vida): a un periodo de bonanza sucede otro de escasez, pero se diferencian de ellas en que las económicas te empobrecen y las matrimoniales te enriquecen. Con una condición: que sepas aprovecharlas para salir de tu egoísmo. Porque ése es tu problema, que eres un egoísta. Consejo: Miedo no, generosidad sí.
4.- No rompas, no cortes, no te separes. Hay gente que parece que está deseando que llegue la primera crisis para pedir el divorcio. Y todo por un grano en el carácter del otro (y a veces también en la cara). Los motivos son variopintos: cansancio, celos, la familia del enemigo, la guerra que dan los hijos (y la dan, no te lo niego), o que él jamás pone el lavavajillas. Pero nada de eso es motivo para amputar. Algunos confunden un hematoma con una gangrena y ya quieren amputar la relación. Consejo: pon betadine en la parte tumefacta.
5.- No calles. No te guardes la lista de agravios. Lo peor no es gritar o discutir, sino encerrarse en el mutismo y que el otro (o la otra) adivine el motivo de tu cabreo. Habla, habla, habla. El betadine para las crisis es el diálogo. No hay crisis, por enrevesada que sea, que no se pinche como una pompa de jabón cuando él y ella se sientan a dialogar. Consejo: pasar al punto 6.
6.- No dejes la vajilla en medio: si vais a discutir, guardar los platos. Es broma. Lo que queremos decir es que ese diálogo debe estar presidido por la educación y el respeto. O mejor aún por el cariño. ¿No era la persona que más querías en el mundo? Lo dijiste tu mismo aquella noche cuando empezaste a salir con ella. Sé coherente. Es que han pasado muchos años… Ahí te quería yo ver: en eso consiste el amor, o es forever o es una mentira. Consejo: Sé coherente, no digas digo donde dijiste diego.
7.- No te pongas cera en los oídos. La premisa básica de la comunicación es escuchar. Todo un arte. Antes de hablar, escuchar. Porque tendemos a escucharnos a nosotros mismos, a nuestros complejos, vanidades, frustraciones, deseos. Escuchar significa no sólo oír su versión, como si estuvieras en un juicio, sino tratar de comprender las razones del otro, ponerse en los zapatos del otro. Consejo: mirarle atentamente, poner la oreja y no jugar al “habla cucho, que no te escucho”.
8.- No juzgues al otro, júzgate a ti. No le pidas cuentas sino pídetelas a ti mismo. Pregúntate qué has hecho mal tú, en qué has podido fallar. Y pídele perdón aunque tú creas que tienes razón. Es más, el que cree que tiene razón debe pedir perdón primero. Porque nadie tiene del todo la razón, ni su conducta es totalmente irreprochable. Porque todos somos mazo de orgullosos, y el orgullo es una costra que no se quita ni con lejía. No digo que en una discusión no haya que ir hasta el fondo y no deba aflorar toda la verdad y toda la porquería. Con delicadeza, pero a fondo. Pero los cónyuges deben tener en mente todo el rato esta idea: “el último que pida perdón nena”. Hay que competir por pedir disculpas al otro. Consejo: tras el perdón, fiestón: pon champán a enfriar y asegúrate de que los niños ya se han dormido.
No seas como éste personaje de la película Revolutionary road